FADWA
TUQÁN: AMOR Y VALOR EN LA LUCHA.
Fadwua Tuqán nació en
Nablús, Cisjordania, (Palestina) en 1914 en el seno de una familia de
intelectuales y políticos. Hermana del famoso poeta Ibrahim Tuqán al que
dedicará algunos de sus mejores poemas. Se educó en escuelas cristianas y ha
vivido casi siempre en su ciudad natal, en un ambiente impermeable a las
influencias exteriores, propiciado por la madre y las mujeres de la familia.
Su obra se caracteriza
por el activismo social y político en defensa de los derechos del pueblo
palestino. Ha publicado diversos libros de poemas: Sola con los días (1952); La
encontré (1957); Danos amor (1960), Ante la puerta cerrada (1967), El
comando y la tierra (1968); La noche
y los jinetes (1969); Sola en la
cumbre de este mundo (1074) y una encomiable biografía de su hermano, Mi hermano Ibrahim (1946). En todos
ellos podemos rastrear la maestría en el quehacer literario de una poetisa
pionera en la introducción del verso libre en la poesía árabe.
La poesía de Fadwa
surge como una exquisita muestra de sensibilidad femenina a la vez tradicional,
lirica e intimista. Descolla su voz en muchos momentos como un desgarro
apasionado teñido de anhelo y nostalgia. No por ello se inhibe de mostrar su
lado más frágil y transparente en los sentimientos de dolor que le produce la
tragedia que vive su patria y su pueblo. Fadwa agita la conciencia de todos con
una obra fecunda de indiscutible alcance épico y en numerosos pasajes heroico.
A partir de 1967 la
actividad poética de Fadwa se fija en la reivindicación de la libertad y la
justicia ante la tragedia que ha sufrido su patria cuando Israel arrasó la
aldea de Qibya y Nablus se pobló de refugiados que huían de la tierra
arrebatada por el ejército israelí. Es así como en su poema “Sueños del
recuerdo” en el que sueña con su hermano Ibrahim, muestra la desolación que ha
causado en su alma la expatriación de su propio pueblo:
[…]
Un rebaño apacible… el resto de mi pueblo
Éste,
expatriado… Aquél perseguido. […]
Versos impregnados de
nostalgia y desaliento en donde sufren tanto los refugiados en el interior de
Palestina como los que han tenido que marcharse y han perdido su hogar y su
patria. Un pueblo desmembrado que vive la tragedia de la desestructuración
familiar y social en su geografía y en su identidad nacional.
En este mismo poema nos
hacemos eco de la situación de humillante mendicidad a la que Israel ha avocado
al pueblo palestino, una realidad vejatoria que priva a sus compatriotas de los
mínimos resortes de dignidad personal y social:
[…]
Sumidos en la humillación de los esclavos,
tan
sólo al alimento ya aspiraban.
La
mano de su verdugo se lo daba, generosa,
para
anestesiarlos cada nueva mañana. […]
El poema continua
reflejando el sentimiento de fatalismo tan característico al pueblo árabe que
no deja de mostrarse imperturbable en la voz de Fawda:
[…]
“Has visto hermano, cómo acabado
la
causa? ¿Has visto el espantoso destino? […]
En “La llamada de la
tierra”, Fawda evoca la necesidad de recuperar las tierras y los hogares arrebatados
que los palestinos que viven en los campos de refugiados anhelan alcanzar un
día. Mediante una enumeración de
interrogaciones retóricas nuestra poetisa exhorta a su pueblo para que
reaccione ante la privación de los derechos elementales que está sufriendo:
¿Me
han usurpado mi tierra? ¿Me han privado de mis derechos,
Y
me voy a quedar aquí, uncido al exilio, humillado y desnudo?
¿Me
voy a quedar aquí a morir como un extraño en tierra
extraña?
¿Me
voy a quedar? ¿Y quién lo ha dicho? Volveré a la tierra
amada.
[…]
La vertiente intimista
de Fadwa la podemos encontrar en los versos que dedicó a Salvatore Quasimodo,
del que estuvo enamorada y al que dedicó el poema “No venderé su amor”:
Tengo,
poeta, en mi patria,
en
mi querida patria, un amado que me espera.
Es
de mi país. No perderé
su
corazón.
Es
de mi país. No venderé
su amor
ni
por la luna,
ni
por las brillantes estrellas,
ni
por todos los tesoros de la tierra.
La voz de Fadwa se alza
en estos versos por encima de credo religioso alguno sosteniéndose sobre un
amor a la patria comparable al que siente por su amado. El concepto y el sentimiento
de patria (watan) eran propios de la ideología nasserista que estaba
elaborándose en esos momentos y que influirá en todo el mundo árabe. Fadwa hace
uso de recursos estilísticos que acrecientan la intensidad de su amor como es
el paralelismo enumerativo y la anáfora
de los tres últimos versos que nos acercan a la cosmogonía singular que elaboró el mundo árabo-islámico.
La influencia de su
familia cristiana queda patente en el poema “Segunda oración al Año Nuevo”
dentro de su libro de poemas Danos amor (1960):
Danos
amor… Y alzaremos de nuevo
nuestro
mundo caído.
Tornaremos
la
alegría fecunda a nuestro mundo estéril.
Danos
alas, que nos puedan abrir
las
altas cumbres, para escapar
de
esta cueva asediada,
de
los muros de hierro solitarios.
Danos
luz, que traspase
las
espesas tinieblas.
Este breve poema nos
recuerda a los salmos y al famoso estribillo que se utiliza en la liturgia
católica: “Cordero de Dios, danos la paz…”. Se dirige a un ser omnisciente
pidiéndole amor, alas y luz. Es decir, una alegría por el que vivir, una
libertad para volar en vida y una visión de esperanza para contemplar la dicha.
Esta intencionada gradación se convierte en una aspiración “cuasi” mística en
donde la visión de la luz sea el colofón de una liberación ansiada. Una luz
como un despertar de la conciencia que disipe la oscuridad de acción y
pensamiento en la que vive su pueblo, subyugado por la ocupación israelí.
Tras la “Guerra de los
Seis Días” en junio de 1967 la poesía de Fadwa adquiere tintes dramáticos al
transformar su voz poética en una reivindicación literaria que abandera la
lucha de su pueblo por la liberación y la recuperación de la dignidad nacional
cercenada. De ahí su célebre poema “No lloraré” (1968) que contiene
reminiscencias claras a la poesía de la Yahiliyya, la qasida clásica y
elementos preislámicos (“escombros de las casas”, “las ruinas”). El poema es un
viaje en donde mediante interrogaciones retóricas Fadwa resalta el vacio, la
llamada sin respuesta, la ruina y el abandono en que se encuentra su pueblo:
[…]
¿Qué te han hecho los días?
¿Dónde
están los que antes
te
habitaban?
¿Has
sabido de ellos? […]
[…]Mas,
¿dónde están los sueños y el
mañana?
Y,
¿dónde,
dónde
ellos?[…]
Igual que los poetas de
la Yahiliyya nuestra autora va recorriendo los lugares y los sentimientos que
cada sitio la va produciendo. Es así como transitamos la noche y la oscuridad (“los
búhos y los fantasmas”) y los habitantes extraños que no tienen nada que ver
con los originarios autóctonos que poblaban estas tierras desde tiempos
remotos. Mediante personificaciones (“el corazón se ahogaba de tristezas”) e
interjecciones retóricas, Fadwa va creando un efecto emotivo que nos sugiere la
épica en la que está sumida la lucha del pueblo palestino. Y ella toma partido
comprometiéndose con dicha causa desde una posición de resistencia sin rencor
pero sin olvido como atestiguan los últimos versos de este poema:
[…]
Junto y lavo las lágrimas de ayer,
y
me planto, lo mismo que vosotros, en mi tierra y mi patria.
Lo
mismo que vosotros, voy sembrando mis ojos
En
la senda del sol y de la luz.
Lo físico y lo
emocional se funden en imágenes poderosas plenas de un espíritu de resistencia
activa en busca de una anhelada claridad que vislumbre la libertad y la
justicia para su pueblo. La tierra como soporte material de toma de conciencia
sobre la realidad que viven los refugiados y expatriados palestinos y como
espacio terrenal geográfico y cultural en el que se hunden las raíces más
ancestrales de Palestina.
Fadwa se unió a los
poetas de la resistencia tras la ocupación israelí de Palestina y el éxodo
masivo de los palestinos levantando su potente voz en defensa de los derechos
de su pueblo. Para ello no dudará en utilizar descripciones apocalípticas de la
realidad que vivía el pueblo palestino tras la ocupación de sus tierras. La
“poesía de la resistencia” adquirió rasgos nacionalistas identificativos del
pueblo palestino que entroncaron sobremanera con la lucha por la liberación de
Palestina. Los ecos y las voces de estos poetas sirvieron como espoleta para
continuar en la lucha de muchos refugiados. La poesía de Fadwa no surge en el
exilio sino que se cultivó en las tierras de sus antepasados junto a los olivos
y las viñas. En su poemario La noche y
los caballeros (1969) podemos escuchar el grito desgarrador de una mujer
valiente que sin tapujos describe los horrores que sufren sus compatriotas. El
poema “Palabras a mi patria” se subdivide en cinco cantos, a cual más
sobrecogedor, mostrándonos un itinerario emotivo del profundo sentir que en su
seno le produce la tragedia que vive su pueblo.
PALABRAS A MI
PATRIA
1. MI CIUDAD ESTA
TRISTE
El día en que conocimos la muerte y la traición,
se hizo atrás la marea,
las ventanas del cielo se cerraron,
y la ciudad contuvo sus alientos.
El día del repliegue de las olas; el día
en que la pasión abominable se destapara el rostro,
se redujo a cenizas la esperanza,
y mi triste ciudad se asfixió
al tragarse la pena.
Como podemos apreciar en los versos anteriores el poema comienza como una
especie de narración descriptiva en donde se nos muestra con detalles
apocalípticos el estado de shock que ha supuesto para el pueblo palestino la
ocupación israelí de sus tierras y casas. Las personificaciones se entremezclan
con imágenes cargadas de lirismo estremecedor en las que destacan fenómenos
sobrenaturales que recuerdan a hechos bíblicos. El dolor, la pena, el
sobrecogimiento, la tristeza y el ahogo son sentimientos y sensaciones que se
funden en una relación cenestésica espeluznante en estos versos. Con ello la
autora nos traslada el sentir de su pueblo que vive la realidad de sus vidas con
el corazón en un puño.
Sin ecos y sin rastros,
los niños, las canciones, se perdieron.
Desnuda, con los pies ensangrentados,
la tristeza se arrastra en mi ciudad;
el silencio domina mi ciudad,
un silencio plantado como monte,
oscuro como noche;
un terrible silencio, que transporta
el peso de la muerte y la derrota.
¡Ay, mi triste ciudad enmudecida!
En estos versos asistimos al conmovedor retrato de la
perdida que supone para los más pequeños el arrebatarle la tierra de sus
abuelos. Sin duda al citar a los niños Fadwa nos quiere mostrar la perdida de
la inocencia, de la alegría de la vida, la pureza de la infancia que su pueblo
atesoraba. No conecta en modo alguno con sensiblerías fútiles sino que su
palabra se ciñe a una realidad invivible que cercena la propia infancia. Reforzando
este desamparo alude la autora a la desnudez como desprotección ante la vida.
La depresión, el terror, el silencio tenebroso, “oscuro” se han apoderado de la
ciudad, de la vida y tan sólo el peso de la muerte enseñorea sobre la inmensa
tristeza que ha sobrevenido a su pueblo. Esta losa que ha caído sobre sus gentes
convierte el silencio en algo físico, tangible y espeso como un monte
en tiempo de cosecha?
¡Doloroso final del recorrido!
Para finalizar este primer canto Fadwa denuncia la
quema de los campos por parte del ejército de ocupación israelí. De esta forma
su reivindicación toma fuerza sobre el hecho indiscutible de que su pueblo era gente pacífica que se
dedicaba a las labores del campo y que por tanto esa era la tierra que siempre
cultivaron. Es una realidad de facto
que revierte en la justa reclamación que por derecho tiene el pueblo palestino
sobre sus tierras. Destacar la interrogación retórica que no encuentra
respuesta y que denota la desesperación y el dolor causado ante la usurpación
de su patria. La exclamación final muestra la desesperanza que se abate sobre
los palestinos que de forma injusta se ven privados de su medio de
subsistencia: cultivar sus campos y cosechar sus frutos.
2.
LA PESTE
me eché al campo desnudo.
Abierto el pecho al cielo,
gritando desde lo hondo de las penas:
¡Arreadnos las nubes!
¡Soplad, vientos, soplad!,
y bajadnos las lluvias.
Que depuren el aire de mi ciudad,
que laven las montañas, las casas y los árboles.
¡Soplad vientos!... ¡Arread los nubarrones!
¡Y que caigan las lluvias!
¡Y que caigan las lluvias!
¡Y que caigan las lluvias!
Los versos anteriores se asemejan a la descripción de
una plaga bíblica que asola todo a su paso. La plaga a la que hace alusión es
sin duda la ocupación del ejército israelí. Frente a esta usurpación Fadwa
muestra con desgarro como su pueblo, sin nada, “desnudo”, es capaz de hacerles
frente mostrando lo único que les queda: su pureza ante el mundo y la vida
(“abierto el pecho al cielo”). Esta
imagen denota la valentía de su pueblo pero también nos retrotrae al imaginario
colectivo del mártir que da su vida por sus creencias inquebrantables. El
rosario de interjecciones retóricas que emplea la autora nos sirve para
diseñarnos una especie de rito ancestral de invocación a la lluvia. Son
reminiscencias de un hecho taumatúrgico que ensalza el poder purificador del
agua, de la lluvia y de los vientos. Esta petición a los cielos de los
elementos esenciales para la vida de una forma reiterada se convierte en un
grito desesperado que clama justicia y libertad.
3.
A G. H. EN
NUESTRA CITA
Extraño
amigo mío...
Si
pudiera llegarte como ayer.
Si
asesinas serpientes
no
hubieran alborotado todos los caminos,
cavando
tumbas para mis gentes y mi pueblo,
sembrando
muerte y fuego.
Si
no hubiera regado la derrota la tierra de mi patria
con
piedras vergonzosas, injuriantes.
Si
este corazón que tú conoces
fuera
el mismo que ayer,
y
no sangrase por la puñalada.
Si
hoy, amigo mío, como ayer,
pudiera
envanecerme de mi gente,
de
mi casa y mi fuerza,
ya
mismo me tendrías a tu lado.
Amarrando
a las playas de tu amor el barco de mi vida.
Y
seríamos igual que dos pichones.
El
comienzo del canto tres dirigido a un amigo denota la apuesta decidida de Fadwa
por la resistencia palestina. Tras el desastre del 67 nuestra autora dio un
giro a su poesía, ya había publicado cuatro colecciones poéticas, dando paso a
una defensa a ultranza de su pueblo y de su patria. Busca la victoria sobre los
usurpadores y no se resigna al destino cruel que le ha tocado vivir a su
pueblo. En los versos anteriores nos muestra la aniquilación que vive su gente
(“cavando tumbas para mis gentes y mi pueblo”). Las casas impuestas en los
asentamientos israelíes son “piedras vergonzosas, injuriantes” que minan la
perseverancia del pueblo palestino al reclamar sus tierras arrebatadas. La
ocupación de Palestina es una traición
para su pueblo (“sangrase por la puñalada”) que los hunde en la tragedia
y la desesperanza. Esta estrofa la resuelve Fadwa con un guiño a su pasado
poético más lirico, en donde el amor ocupaba su sentir y su declamación, por
medio de una imagen plena de exquisita belleza (“Amarrando a las playas de tu
amor el barco de mi vida”). El amor es un sentimiento que no puede ser ubicado
y que para Fadwa se asemeja a las playas donde el océano descansa y se entrega.
La vida es así el barco que navega por el mar que sólo puede encallar en el
corazón del enamorado.
4.
EL DILUVIO Y EL
ARBOL
El
día en que el diabólico ciclón se propagó tiránico.
El
día en que costas salvajes arrojaron
el
oscuro diluvio
contra
la tierra buena y verde,
gritaron
(y a través de los aires, sus “albricias”
resonaron
por todas las agencias):
Ha
caído el árbol.
El
poderoso tronco está aplastado.
Ya,
ni un asomo de vida para el árbol
dejó
la tempestad.
La
ocupación sionista es el mismo diablo en palabras de Fadwa Tuqán que no duda en
describir un escenario apocalíptico con reminiscencias al diluvio universal
para resaltar la dimensión destructora del ejército israelí. Frente a este
quehacer devastador nuestra autora destaca los valores de su pueblo anclados con profundas raíces en la tierra de
sus antepasados. No son gratuitos los términos “tierra buena y verde”, “el
árbol”, “el poderoso tronco” alusivos a la bondad, la fertilidad y la vida en
comunidad del pueblo palestino. Estos atributos son los que sistemáticamente
niegan los israelíes al argumentar que los palestinos no han tenido nunca una
identidad nacional. Contra este postulado Fadwa contraataca con rotundidad
haciéndonos ver que la misma tierra palestina “buena y verde” es el valor que
legítima las reivindicaciones de su pueblo.
El
árbol ha caído...
¡Perdón,
rojos arroyos!
¡Perdón,
raíces regadas
con
el vino que sangran los cadáveres!
¡Perdón,
raíces árabes,
hundidas
como rocas en la entraña,
y
que cada vez más os entrañáis!
La
alusión a la tragedia del pueblo palestino como “el árbol ha caído…” es
manifiesta y queda subrayada con el color rojo en alusión a la sangre vertida
que ha teñido “rojos arroyos”. Es digna de mención la cita a las raíces árabes
del pueblo palestino como un eslabón identificativo de la comunidad
lingüística, social y cultural que representa este pueblo antiguo que a su vez
comparte un destino común.
El
árbol se alzará.
El
árbol se alzará, y sus ramas,
al
sol, irán creciendo;
en
risas verdeciendo, y en hojas,
cara
al sol.
Y
el pájaro vendrá,
no
tiene más remedio que venir.
El
pájaro vendrá.
El
pájaro vendrá.
Fadwa
proclama el levantamiento del pueblo palestino sobre la fatalidad de su
destino. Hemos pasado en estas tres estrofas del “oscuro”, bien podría ser el
negro, al rojo y ahora al verde. Sin duda este transito crematístico nos
sugiere un aliento de esperanza que Fawda determina para su pueblo. Desde el
negro al verde hay todo un itinerario de libertad y de resurgimiento. Si el
negro puede ser signo de la muerte y el rojo del dolor y la tragedia; el verde
se da por la luz y el agua que en acción sobre la tierra crean verdor y vida.
Todo el cantico cuatro es un rayo de esperanza con referencias bíblicas ya que
tras el diluvio vendrá la paloma al arca de Noé (“el pájaro vendrá, El pájaro
vendrá”) en un sortilegio al destino cruel de los palestinos para que traiga la
paz y la dicha. De esta forma se pone fin al fatalismo y se da paso a la recuperación
de la ilusión.
5. SIEMPRE VIVO
Querida
patria, no.
A
pesar de todo lo que gire, en la estepa sombría,
sobre
ti, la piedra del dolor.
No
podrán, amor nuestro,
arrancarte
los ojos.
No
podrán.
En
estos versos Fawda muestra la ocupación de las tierras palestinas como un
rodillo que todo lo arrasa. Igual que
hace la piedra de molino machacando la aceituna para extraer su savia. Aquí
nuestra autora se dirige directamente a su “patria” en un desolador acto de
amor aderezado con sensaciones y sentimientos que podrían hasta sentirse en el
propio cuerpo. Es decir que la tierra palestina como cuerpo físico y sus gentes
como ojos de luz y vida conforman la patria por la que Fadwa siente un amor
insondable.
¡Qué
estrangules los sueños, la esperanza!
¡Que
claven en la cruz
la
libertad de construir y trabajar!
¡Que
nos roben las risas de los niños!
¡Que
quemen!
¡Que
destruyan!...
De
la propia miseria.
De
nuestra gran tristeza.
De
la sangre pegada en nuestros muros.
Del
temblor de la vida y de la muerte,
surgirá
en ti la Vida nuevamente.
¡Tú,
vieja herida nuestra!
¡Dolor
nuestro!
¡Nuestro
único amor!
Las
reminiscencias cristianas de la Resurrección mística de Cristo son fehacientes
en los versos anteriores. Prácticamente toda la estrofa son interjecciones
retóricas que proclaman el grito descomunal que Fadwa alza hacia sus gentes y
su tierra. Estas exclamaciones se refuerzan con anáforas intercaladas que
intensifican la llamada instigadora del compromiso activo de la poetisa. Nada
puede parar a Fadwa, ni siquiera la sangre de los fusilados (“sangre pegada en
nuestros muros”) y menos aún el miedo ante la muerte (“temblor de la vida y de
la muerte”). Canta de esta forma a la victoria y cree en ella sin desaliento
tanto como mujer, como esposa o como madre. El amor a su patria y a su pueblo
que lucha en el espasmo y el dolor es incondicional.
Fadwa
Tuqán dedicó media vida a cantar al amor y la otra media a luchar por el amor a
Palestina. Lo hizo de forma rabiosa y sin tabúes, armada con el valor de la
palabra honda y precisa, como el bisturí pulido que disecciona la herida. Su
compromiso fue inquebrantable. Sin altisonancias ni alhacaras acuno a su pueblo
eludiendo el temblor y el desaliento. Nos dejo plasmado el latido de su corazón
con una voz poderosa y firme que incidía en el profundo sentido de la
reivindicación palestina.
A
esta lucha sin cuartel contra la ocupación israelí se une su permanente apuesta
por los derechos de las mujeres árabes en un mundo eminentemente patriarcal.
Todo ello lo reflejó en su poesía en la que se engarzan esos supuestos con los
aspectos reivindicativos del pueblo palestino. Y sin menoscabo de una creación
artística genuina y una voz tan particular como delicadamente expresiva. La
emoción y la pasión que desprende su poesía están expresadas con una
inteligencia sutil. El sentido profundo de la palabra cobra espíritu vivo a
través de Fadwa al dar prioridad a sus principios. Su legado es el testimonio
más sobrecogedor del sufrimiento de su pueblo como una comunidad milenaria con
profundas raíces en la tierra que ha visto usurpada.
Sus
versos nos comprometen a todos por el hecho de que la justicia universal no
tiene fronteras. Su clamor nos llena de vida y esperanza a la vez que despierta
nuestra conciencia. Ella abandera la lucha de un pueblo humillado que anhela
ver algún día liberada su patria: Palestina. Allí descansan sus restos pero no
su palabra que sigue transitado el tiempo y el espacio generación tras
generación hasta llegar a nuestros días fresca y vivaz :
Me
basta con morir encima de ella,
con
enterrarme en ella.
Bajo
su tierra fértil disolverme, acabar,
y
brotar hecha yerba de su suelo.
Hecha
flor, con la que acaso juegue
la
mano de algún niño crecido en mi país.
Me
basta con seguir en el regazo de mi tierra:
Polvo,
azahar y yerba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario