jueves, 8 de marzo de 2012

El río de la vida.


El río de la vida.

No era tuberculosis. Tenías una neumonía aguda agravada por continuos ataques epilépticos. Te retorcías en el suelo echando espuma por la boca con la mirada extraviada. Para calmarte te aislaban maniatado con una camisa de fuerza. Te inyectaban valium. Había que acabar con los espasmos musculares aunque entrases en coma. Una operación de úlcera de estomago te produjo una sucesión imparable de hemorragias. Como sangrabas por la boca te cosieron la lengua a modo de torniquete. Fue breve, tan solo años de transfusiones, extirpaciones y electroshock. Todo terminó palada a palada.

Un leve resplandor me nublo la vista y dejé de mirar tu fosa. Alcé la cabeza al cielo y vislumbre como las nubes se abrían y permitían asomar un fulgor de luz blanca. Contuve el llanto para contemplar un prado verde sembrado de álamos y sauces… y un caudaloso río de oro que lo surcaba.  

Manuel Cuellar.

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